Dos días en Chaihuin. Una playa inmensa, unos montes de alerces y otros árboles inmensos, un río maravilloso y unas casitas dispersas. Todo ésto me cautivó en territorio Mapuche. Una reserva natural y un parque nacional de 70.000 hectáreas en total en defensa del Alerce en la selva Valdiviana, milenarios árboles casi esquilmados por la explotación de las grandes madereras plantando en parte a cambio eucaliptos que no hacen más que empobrecer la tierra.
Fuí andando hasta Huiro, un poblado indígena a 8 kilómetros. Lloviendo a ratos llegué pero no tuve la oportunidad de hablar con nadie. Hice señas a unos niños de una cabaña pero sin respuesta. Algunas comunidades Mapuches son reacias a comunicarse con estraños y me han contado que las hay que no permiten la entrada a estraños hasta rechazar por ejemplo la mejora de su camino para mantener su formna de vida.
Pero no todos son así. La familia donde me hospedo me trata con respeto y con afecto. Con tres topógrafos de Santiago que están trabajando para el Gobierno Chileno en marcar un camino en la costa, estoy en casa de Antillanca, Doña Minna. Nos llevamos muy bien en abierta y animada conversación sobre Chile, Patagonia, el Pueblo Mapuche o el trabajo, y hasta participa Andrés el hostelero.
Un buen paseo por Cadillal Bajo y por el monte del Parque Nacional donde hay alerces de hasta 3500 años me ha permitido conocer a Figueroa, botánico de vocación que cría y vende bonsais, un personaje que le pega atodo y es un manitas; gran conversador me ha contado todo sobre los montes de la selva Valdiviana. Me enseñó donde vive en el pueblo de seis vecinos, sin luz y con un mal camino y me dice que si alguien va para allí lo visite para conversar.
!Qué río y qué playa! , solitaria ella donde lasolas rompen con fuerza de un Pacífico con mar gruesa. Allí me senté horas enteras después de caminar a ver y escuchar el mar y después me puse a leer.
En fín, dos días inolvidables a pesar de la lluvia
Fuí andando hasta Huiro, un poblado indígena a 8 kilómetros. Lloviendo a ratos llegué pero no tuve la oportunidad de hablar con nadie. Hice señas a unos niños de una cabaña pero sin respuesta. Algunas comunidades Mapuches son reacias a comunicarse con estraños y me han contado que las hay que no permiten la entrada a estraños hasta rechazar por ejemplo la mejora de su camino para mantener su formna de vida.
Pero no todos son así. La familia donde me hospedo me trata con respeto y con afecto. Con tres topógrafos de Santiago que están trabajando para el Gobierno Chileno en marcar un camino en la costa, estoy en casa de Antillanca, Doña Minna. Nos llevamos muy bien en abierta y animada conversación sobre Chile, Patagonia, el Pueblo Mapuche o el trabajo, y hasta participa Andrés el hostelero.
Un buen paseo por Cadillal Bajo y por el monte del Parque Nacional donde hay alerces de hasta 3500 años me ha permitido conocer a Figueroa, botánico de vocación que cría y vende bonsais, un personaje que le pega atodo y es un manitas; gran conversador me ha contado todo sobre los montes de la selva Valdiviana. Me enseñó donde vive en el pueblo de seis vecinos, sin luz y con un mal camino y me dice que si alguien va para allí lo visite para conversar.
!Qué río y qué playa! , solitaria ella donde lasolas rompen con fuerza de un Pacífico con mar gruesa. Allí me senté horas enteras después de caminar a ver y escuchar el mar y después me puse a leer.
En fín, dos días inolvidables a pesar de la lluvia
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